El trabajo sexual en la dictadura

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Mónica Aquino, trabajadora sexual de la Plaza Uruguaya, habla sobre las redadas policiales y las torturas durante el gobierno de Alfredo Stroessner.


Son las 9:00. Mónica se sienta en una banca de la Plaza Uruguaya de Asunción y se cruza de piernas. “Así es nuestra pose para llamar a los clientes”, cuenta en medio de la risa. Una campera, un pantalón fucsia, chillón y ajustado, unas medias de colores y un calzado deportivo cubren su cuerpo. Ella tiene 49 años y es miembro de Unidas en la Esperanza (UNES), una organización de trabajadoras sexuales en Paraguay. “Este es mi lugar de trabajo”, dice.

Oriunda de Carapeguá, madre y abuela. Cuenta que vino del interior del país y que nadie la obligó a “prostituirse”. “En la época de Stroessner se nos decía ‘prostituta’, hoy, nosotras decimos que somos trabajadoras sexuales, porque creemos que tenemos derechos como cualquier otro trabajador”, expone Mónica. “No somos parte del problema, somos parte de la solución”, dice un cartel. En la Plaza Uruguaya, en su lugar de trabajo, hay una celebración por el Día Internacional de las Trabajadoras Sexuales. «Es una celebración que conmemoramos cada 2 de junio», explica.

Mónica estuvo presa unas 40 veces durante la época de la dictadura de Alfredo Stroessner (1954-1989). Sin embargo, fueron tres años en dónde la persecusión se recrudeció. 1983, 1984 y 1985 fueron los años más duros que le tocó vivir. “En esa época estaba prohibido el trabajo sexual. Prostitución, le decían ellos. Estaba prohibido juntarse tres o cuatro personas en un mismo lugar y estaba prohibido estar en la calle antes después de la media noche”, recuerda.

“Los policías, cuando nos tomaban detenidas, nos llevaban a un hogar de ancianos. San Francisco se llamaba el hogar. Actualmente, es la Escuela de Policías que queda en Capiatá. Allí, nos cambiaban la ropa, nos ponían ropas de viejitos y nos mandaban a hacer limpieza y bañar a los viejitos. Y si fallábamos o no hacíamos la limpieza o intentábamos escaparnos, nos pelaban la cabeza, nos ataban con unas piedras en las manos, y nos ponían al sol sin pan y sin agua. Desde las 9 hasta las 3 de la tarde bajo el sol”, relata Mónica. “Sufrimos muchísimo. Esto era tortura. Además, si algún abuelito fallecía, debíamos hacerle el ataúd, bañar al muerto, cavar la tierra y enterrarlos. Aquello era una tortura. Si no pagábamos G. 10 mil, teníamos que estar dos o tres meses”, recuerda.

Mónica se reconoce hoy con libertad. «Ahora no tengo miedo de defender mis derechos y las de mis compañeras», reafirma. “Los policías que son tan corruptos como en ese entonces, hasta ahora nos piden plata, nos piden para comprarles para su cena, quieren que les carguemos saldo a sus celulares. Ellos están trabajando, nosotras estamos trabajando. ¿Por qué yo tengo que cargarle el celular o darle dinero para su cena? No, eso ya no es más como antes. Ahora, ya no es como en la época de la dictadura”, expresa Mónica como diciendo que la policía no se ha enterado de la llegada de la democracia.

DEMOCRACIA Y DERECHOS

“Yo soy adulta, elijo, de forma libre y autónoma, ejercer este trabajo”, defiende Mónica al tiempo de explicar que casi siempre la gente, equivocadamente, quiere vincular el trabajo sexual con la trata de personas. «Son dos cosas diferentes y los fiscales y la policía muchas veces atropellan los departamentos de las trabajadoras sexuales. En algunas ocasiones, han perjudicado, porque llegan a la casa, en el marco de un operativo y practicamente saquean las casas de las compañeras. Nosotras defendemos el trabajo de mujeres adultas que deciden y optan por esta profesiòn», dice.

Para ella, la idea de que el trabajo sexual es un trabajo fácil es un tabú. «Pararse 8 o 10 horas en la calle o en la plaza, no es un trabajo fácil. No hay frío, calor, feriado. Las trabajadoras sexuales la mayoría de las veces no trabajan para ellas sino para mantener a sus familias», expresa al tiempo de contar que cada una de las mujeres tienen sus parejas, sus familias, sus hijos. «Estamos en Democracia, yo les pido que no nos discriminen, especialmente, pido eso a las mujeres, porque muchas veces, la discriminaciòn proviene justamente de las mujeres. ¡Que se piensen un segundo en nuestros zapatos!», solicita.

ORGANIZARSE PARA EXIGIR DERECHOS

“Vinieron gente de una organización que se llama Tatarendy y nos hablaron de organizarnos. ¿Organizarnos?, pregunté. No entendíamos de qué nos hablaban. No conocíamos nuestros derechos. Muchísimas de nuestras compañeras- igual que yo- no entendíamos de qué nos hablaban y pocas éramos las que sabíamos leer y escribir”, cuenta Mónica. Ella logró terminar la primaria ahora que es abuela y gracias a un curso de alfabetización que se realizó en su organización.

“Después de un tiempo, representantes de la Red de Trabajadoras Sexuales de Latinoamérica y el Caribe vinieron a hablar conmigo y con Lucila Esquivel. Lucila empezó a irse primero a la fundación. Después, un día salí de la plaza y estaba trabajando de empleada doméstica y Luci me convenció para organizarnos. Yo no sé hablar, yo no sé escribir. ¡Qué voy a organizar yo!, dije. “No importa”, me dijo Luci. Aquí estamos», cuenta Mónica y suspira.

“Cuando fuimos al taller y vimos un vídeo de una trabajadora sexual hablando en una cumbre y diciendo “Soy trabajadora sexual, no soy puta, no soy ramera, no soy trapo sucio, no soy prostituta. ¡Soy Trabajadora Sexual!” Me sentí identificada, me conmovió y dije, no será fácil, pero lo haremos», recuerda.

“Primeramente lo que nosotros necesitábamos era salud integral. La primera vez que fuimos al Ministerio no sabíamos ni con quién teníamos que hablar, no sabíamos cómo teníamos que hacer, no sabíamos cómo pedir una audiencia, pero de a poco nos enseñaron y fuimos aprendiendo. Hoy, hacemos talleres sobre VIH, Infecciones de Transmisión Sexual, derechos, cuáles son nuestros derechos”, explica.

LA DISCRIMINACIÓN Y LA DEUDA DEL ESTADO

“En salud, somos muy discriminadas hasta hoy en día y tenemos que estar viviendo en la clandestinidad, porque tenemos que esconder lo que somos. No hay una ley que haga una regularización de nuestro trabajo y nosotras podamos decir «yo soy trabajadora sexual». En los hospitales, tenemos que mentir y decir “yo soy ama de casa”. Cuando vamos a hacer denuncia sobre violencia, es la misma cosa. Es por eso que nosotros pedimos que la reivindicación del trabajo sexual, que sea reconocido como cualquier otro trabajo, con derechos, como cualquier otro ciudadano o ciudadana”, explica Mónica.

“El Estado nos debe este reconocimiento. No hay una ley que nos dé garantías frente a las discriminaciones que sufrimos”, sostiene.

TRABAJO Y SINDICALIZACIÓN

Unidas En Esperanza es miembro de la Central de la Clase Trabajadora, CCT. «Insistimos en que este es un trabajo como cualquier otro trabajo. Después del aprendizaje que he tenido en las organizaciones, de haber tenido la oportunidad de conocer a trabajadoras de diferentes paìses mediante la organización, me siento orgullosa de mí misma. Con este trabajo le hice estudiar a mi hijo, ayudé a mi familia. Con este trabajo, sobreviví a muchísimos problemas», relata.

Para Mónica no ha sido fácil que su familia la acepte como trabajadora sexual. Su relación familiar se torna a veces muy difìcil, especialmente con su hijo. «Ahora, de repente, así de pronto, mi hijo me ve en la televisión defendiendo mis derechos, me dice: ‘te felicito’. Para mí, eso es todo», dice. «Somos como cualquier persona, tenemos nuestros corazoncitos allí, tenemos nuestras parejas, somos trabajadoras y tenemos derechos», reflexiona.

LA CELEBRACIÓN

Cada 2 de junio se celebra el Día Internacional de las Trabajadoras Sexuales en recordación a una represión a las trabajadoras sexuales que en 1975 ocuparon una iglesia en la ciudad de Lyon, Francia, para pedir el cese de los asesinatos a profesionales del sexo.

Fuente: Paraguay.com

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